La Mirada Displicente

Crónicas del Príncipe de las Bellotas

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El alma de los peces

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Intenté meter el alma dentro de aquel tanque de agua por la que ya habían pasado cientos de pies australianos, coreanos, japoneses… Aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo, cómo meter el alma en ningún sitio; pero veía los pececitos mordisqueando rincones, limpiando pliegues, acariciando dedos, plantas y talones y no pude resistirme.
Pregunté al nervioso chico camboyano de pelo imposible cuánto me cobraba por meter el alma allí dentro, en aquel agua turbia llena de peces, y me miró sorprendido. “¿El alma?” Asentí firmemente con la cabeza, la mirada perdida en el baile caníbal. “¡Amigo, por 1 dólar se puede usted meter entero, si quiere!”

Written by Zanobbi

febrero 13, 2010 at 10:10 am

Publicado en Cosas, Viajes

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Deep Blue

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sea-bottom

He dejado, una vez más, que me abofeteé el hada malcriada de los sueños imposibles, envuelta en reflejos de sol débil y perfumes salados, robados todos ellos al mar, a las profundidades negras donde me introduje sin permiso, donde me faltaba la respiración; donde los peces de millones de colores, los payasos, las morenas, las rayas y los monstruos majestuosos pasaban a mi lado surgiendo de la nada.
He gritado en silencio, en esas profundidades.
He dejado que los tiburones acaricien mi piel, sin hacerme daño.
Me he bañado en la gama completa de los azules, del índigo al turquesa, fondo perpetuo de mi deambular absurdo por las estaciones.
Me he dejado arrastrar por las corrientes, directo al azul profundo, adelantando sin permiso a los tiburones, las mantas, las tortugas, a mi graciosísimo monitor italiano, a Queen, a mis hermanos que me miran alucinados mientras floto en mi 2009-odisea-del-espacio boca abajo, girando sin sentido, sin poder controlar brazos ni piernas, dejándome llevar por el helado río submarino a toda velocidad; observando, desde lejos, la película de mi vida inmediata y sintiendo muy fuerte la tentación de no agarrarme a esa última roca y diluirme para siempre en el azul.
He asistido paralizado al baile magnífico que las mantas gigantes se han marcado para nosotros, a cámara lenta, desplegando sobre mí, sobre todos, sus alas protectoras. He visto a la más grande parar su baile unos segundos, acercarse y mirarme directamente a los ojos, reconociéndome.
He nadado con tortugas de ojos tristes, acompasando mi danza a la suya, sin rumbo, respirando lo mínimo.
He regresado a la India en los reflejos oscuros de la piel de mis guardianes, de mis guías, en los dientes inmaculados y las sonrisas embriagadoras, en la pobreza secular y despreocupada de otros mundos.
He vuelto a Cuba, en el indolente pasar del tiempo entre cocos y más pobreza.
He visto la muerte en el fondo oscuro, rodeado de corales venenosos y estrellas de mar, agarrado a la roca que, sin yo saberlo, me devolvía a la vida a cambio de nada, mis 30 segundos de agonía, de despedida, no pudiendo imaginar un escenario más adecuado.
He reído por reír y me he elevado desde lo más alto de mi barco, autista y sordo, para quedarme a medio camino, si llegar a ningún sitio, sabiendo que mi vuelo es falso, imposible, irreal; que caería en cualquier momento sobre alguna de las blancas hamacas de proa.
He visto el dinero, el poder, la riqueza desmedida cabalgando sobre los nuevos esclavos, mis niños de Bangla Desh, India o Sri Lanka, esclavos sonrientes y sucios que van y vienen sin que yo note nada, sin que el mundo se entere, sin que ellos parezcan odiar a sus amos, con sus delgadísimas piernas ennegrecidas y velludas asomando por bermudas de marca falsos. Y he visto a sus amos, sin mancha alguna de petróleo, de la brea que a ellos les ahoga, levantar con esfuerzo el brazo rematado de oro, hablar sin descanso por sus móviles de infinita generación, fumar indolentemente de sus pipas de colores.
He visto hombres árabes altivos, perfectos, elegantes en sus túnicas inmaculadas, desdeñosos y bellos.
He visto a las mujeres, a la vez inexistentes y omnipresentes, escondidas tras los negros velos de su uniforme involuntario y voluntario, viudas de la vida, comprando sin medida fantasías ocultas, lencería putona, bolsos de marca, oro, oro, oro… Y las mujeres visibles, las pobres, de  rasgos marcados y coloridos saris, pareos y pulseras de cuentas, con niños de ojos saltones colgados a la espalda.
He visto, una vez más, la herida sangrante de la religión, todos los peligros que todas las religiones representan, la sinrazón y el sinsentido. He oído el canto profundo que surge desde lo alto y se filtra a través de las palmeras, invade el aire y cae sobre la arena dorada y el agua transparente invitando, obligando, a la oración. Y aunque este canto, esta llamada, tiene tanto de hipnótico para mí, me aterroriza. Veo los pies descalzos dirigirse hacia la destartalada mezquita mientras el canto mágico e incomprensible sigue invadiéndolo todo y siento miedo.
He visto a mi familia, o gran parte de ella, reír, comer, bailar, dejarse llevar por el azul y las corrientes del mismo modo que yo. O no, no sé si del mismo modo. Pero estábamos allí juntos, por una vez.
He creído ver, notar, a JA en el mismo barco que yo, en mis mismos aviones, sentado a la misma mesa y compartiendo el camarote, la arena blanca y las risas conmigo. He creído oírle en el fondo de la conversación embarullada y me ha parecido verle bailar con mis indios y mis sobrinos, pero ha debido ser un espejismo. No ha habido nada que delate su presencia allí, salvo las botellas vacías y las colillas.
Me he asomado ahí fuera y he visto, maravillado una vez más, que hay otros mundos.

Hoy me he levantado y he querido volver a escribir «Azul en diciembre», pero ya está escrito… Así que he decidido repegarlo aquí:

Azul en Diciembre

jasontaylor

 (Imagen: «The Lost Correspondant» – Jason Taylor 2007)

Yo, como el escarabajo de Mújica Láinez
Pernocto en las profundidades
Miro a mi alrededor y apenas veo nada
Un ligerísimo resplandor azul oscuro por ahí arriba
La silueta de mi Poseidón de piedra torcido y desnudo
Que mira a otro lado
Mi único compañero
Y le pido que se vuelva y me mire
Pero nunca lo hace
Sombras negras que se escurren a mi lado
Monstruos de estos desiertos helados
Por los que navega muy lentamente
Una incesante estela de diminutas partículas
Como el polvo a través de las rendijas
Como las estrellas de mi particular constelación
Yo, a medio hundir en la arena del fondo
Tu siempre nadando en la superficie que no veo

(Zanobbi 2008)